Búscate la vida


¿Habeis notado que hay gente que va por la vida dando la sensación de que en vez de sangre, por las venas le corriera, por ejemplo, horchata? No estoy hablando de los típicos canallas, esa gente insensible y maliciosa que se solaza haciéndole la vida imposible a los demás. No. Yo hablo de otra cosa. Hablo de una actitud generalizada de… cómo te diría, ¿desidia?, que me llama poderosamente la atención.
Para empezar, yo huyo del síndrome del horchatismo. Y la verdad es que huyo con todas mis fuerzas, tal como si huyera de una epidemia. O más bien de una pandemia. Que es lo que es.
Me llevó algún tiempo encontrar una palabra que se adecuara al perfil del horchatero, hasta que finalmente la encontré. Y es apatía. Fijaos qué sencillo. A diferencia de la simpatía y la antipatía, la apatía es un estado de ánimo neutro. En lo personal, la neutralidad me resulta incluso más irritante que el extremismo, ya que al menos éste destaca por su apasionamiento; sin embargo, la neutralidad es desapasionada e inerte.
A propósito de esto, las personas afectadas por el síndrome están, si se mira con atención, desexualizadas. Observad las manos de ciertos horchateros: en el caso de los hombres, suelen ser blandas y fofas, con las uñas recortadas al ras, y sus dedos son afilados, casi feminoides. El caso de las mujeres es similar, con la salvedad del temblor casi imperceptible y la tendencia a cogerlo todo con gesto aprehensivo, y esa repugnancia difusa que las personas poco observadoras suelen confundir con delicadeza.
Estudiar a los horchateros (o gente-percha) es semejante al análisis estadístico: haber visto a 1000 es como haber visto a uno solo, y viseversa. Con lo cual, después del primer impacto te acostumbras, y sabes que la única salida que tienes es, en la medida de lo posible, huir de ellos o tratarles con la máxima educación que exige el protocolo de los horchateros, y que es: la desidia. Si en un encuentro ocasional se te ocurriera, por ejemplo, hacer una broma o soltar una ironía (el horchatero odia la ironía, prefiere el cinismo) se quedará de piedra o te mirará como un niño delante de una pieza de museo tipo Diplodocus, siendo tú el lagarto gigante y él, el niño. Y como generalmente el horchatero va acompañado, o si va solo dá la puñetera casualidad que hay todo un surtido monovalente de horchateros a su alrededor, el único recurso de amparo o hábeas corpus que te queda será largarte lo antes posible.
Igual no te preocupes: ya se sabe que en un mundo de fugitivos el que toma la dirección opuesta, parecerá que huye.
Si, en caso contrario, resulta que el horchatero es el amigo de un amigo normal y corriente, y coincides con él en una velada que pretendía ser divertida, trata de pegarte como una lapa al formato de su disco duro. Piensa que es cosa pasajera y que luego no tendrás que volver a verle nunca más.
¿El discurso trascendental del horchatero? Pues el seguro del coche y la hipoteca del chalé, obvio. El trabajo. El gimnasio. Gente que, sin llamar demasiado la atención, tenga un buen tipito. Ropa comprada siempre en tiendas extranjeras (y eso que tú: ¿para qué me lo voy a comprar en un chino de Londres si en el chino de la vuelta hay uno igual y encima me queda más cerca?). El parentesco lejano e incomprobable con algún preclaro ya muerto hace ciento cincuenta años. El parentesco lejano y más que sospechoso con algún indivíduo desconocido, cuyo nombre jura y perjura el horchatero que aparece en el diccionario Novis Nobilium del siglo XVI, página 1267, tomo 12. Todo eso, una y otra vez a rítmo de rap.
Para no extenderme demasiado en el tema (que, como el horchatero, tampoco es que dé para tanto), diré que tengo una hipótesis que podría explicar, a groso modo, el origen, multiplicación y cría del horchatero. En mi opinión, y tal como están las cosas, sospecho que en el futuro la fecundación de esta especie podría darse única y exclusivamente in vitro, aunque de momento la pulsión sexual se mantenga sólo para la reproducción siempre y cuando haya boda, y el resto sea realizado rápida e higiénicamente en algún receptáculo o criatura humana destinados a tal fin.
Sea como sea, creo que el quid de la cuestión se centra en el tema de la necesidad. Esto me recuerda a una vieja conversación que mantuve hace muchos años con una amiga que estudiaba psicología y antropología. Ella me dijo: “En las tribus primitivas, las que mejor desarrollaban su capacidad de instrumentalización eran las más necesitadas y no las otras. Esa capacidad es parte de la naturaleza humana, sin embargo, cuanto más desarrollo haya en la tribu, más riesgo habrá de que se pierda”.
Por lo visto, la necesidad es necesaria. Y resulta perfectamente razonable, si se piensa que además de estar en la base de todas las urgencias, es un excelente estímulo para la creatividad, es el acicate que mueve el instinto gregario, el móvil del deseo y el baremo de todos los grandes cambios. La necesidad está en la base del proceso evolutivo. Acicatea la inteligencia y nos pone frente a frente con nosotros mismos, ya no por tradición, sino como indivíduos solos en la carretera. Pero ojo: no confundir necesidad con carencia, ya que puede haber carencia sin necesidad. Y éste es, justamente, el caso del horchatero. Gente que ha nacido en épocas de prosperidad económica, y que, no obstante, parece andar por la vida como si la tuviese pensada de antemano, es decir, como si el futuro se le hubiera escrito antes de que naciera. El caso del horchatero medio es el de un hombre o una mujer que se ducha todos los días, saca al perro, va a la Universidad, visita a sus padres los domingos, se casa, tiene hijos, se divorcia y vuelve a ducharse todos los días, saca al perro, va a la Universidad, visita a sus padres… Es decir, que podría confundirse con un indivíduo medio de cualquier próspera ciudad occidental, sólo que, a diferencia de éste, el horchatero nunca llega a experimentar una verdadera necesidad, porque nunca llega a reconocer su carencia.
En España hay una frase muy acertada que es: Búscate la vida. O sea, mira por tu necesidad. Siempre me pareció una frase útil, plena de lucidez: a la vida, hay que buscarla. Nacemos al mundo en un cuerpo gimiente que quiere alimentarse y sobrevivir, pero la vida es mucho más que eso. La vida es también incertidumbre y asombro. Y curiosidad, mucha curiosidad. ¿Cómo vivir una vida carente de pasión? Habría que preguntarle al horchatero.









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