Umbral de la lucidez

He aquí una vieja nota que Francisco Umbral (mala leche y excelente escritor por partes iguales) escribió para El mundo (Los placeres y los días) en abril de 1994. Yo supongo que ya os habeis duchado y desayunado ¿verdad?, porque el enérgico y nunca más justo berrinche del amigo peliblanco (que sonará a cachetazo a todos los que tengan más de medio siglo en el corazón) está escrito con puño y sangre y no aguanta bostezos. En caso de que todavía no hayais ido al baño ni desayunado, recomiendo que mejor lo dejeis para otro momento y que paseis al siguiente post. Releyendo estos viejos artículos una acaba comprendiendo por qué le dieron el Cervantes a este hombre: además de escribir bien, piensa, lo cual ya es mucho pedir en un escritor de hoy en día. Y dice: Los viejos no dimiten y los jóvenes se suicidan. Son dos maneras opuestas de entender este mal rollo. Los carrocísimos de la corrupción, en España y otros sitios, aguantan la vergüenza, el insulto político, el mierdeo y la guerra, la humillación, el desprecio, el jarrapellejos del pueblo y la sombra ominosa de la Historia. Se agarran, ya digo, a este mal rollo. Los triunfadores de 25 años dimiten de la vida, de la gloria, de toda esta barrila, porque, llenos de lucidez juvenil, más ese alucinógeno que es la verdad desnuda, aprenden pronto que el éxito no lleva a ninguna parte, que el money suele venir firmado por políticos emputecidos, que el amor no dura tres condones y que el sexo tiene bajada, como la fumata de morfa. La vida, o sea, este mal rollo, sí, está hecha para esos viejos sobredorados que van para viejas, pero no para quien ha hecho todo el trayecto Circo/Matadero (Jorge C. Trulock) antes de los treinta y sabe que después de la gloria, el vino y las rosas, viene esa cosa negra, monótona y dominical que es la felicidad. Los militares se agarran a la patria y los banqueros se agarran a la pasta canalla, pero los insumisos y los rockeros rompen la guitarra del vivir y, entre el suicidio lento o el bajonazo de oro, va en casos, dimiten de esta «fiesta movible» (Hemingway, otro que dimitió, porque fue joven hasta el final). Todo nuestro mundo occidental y crispado nos está dando el espectáculo enfrentado de los viejos políticos, los agiotistas carcaveras, los ancianos estofados de la tribu, que presiden este fin del milenio bajo un palio de seda y crimen, Salinas en Méjico, Nixon reivindicado, bendiciéndonos desde su tumba extensa como un rancho, Octavio Paz en su Nobel, Vargas Llosa desbragado por Ajoblanco, Clinton en su pasado, Felipe González entre la llama y la corrupción, entre el queo y el bonsai, Yeltsin en su zarismo hortera, y en este plan. Frente a ellos, la juventud del éxtasis y la música, de la lucidez y la velocidad, del asco y la literatura (Thomas Bernhard), dimite de la vida, cesa en la fiesta y muere con elegancia, con delicado cansancio, con sencillo ritual de multitudes que viven en los idiomas y el gregoriano salvaje y alegre de la edad. Esto ya está visto, el truco es fácil, la vida no es sino una tregua, el tiempo es oro, pero un oro fugaz que se caza un momento y hay que dejarlo volar. Pisemos todas las trampas, caigamos en todos los cepos de plata, dejemos una rúbrica de talento al final del siglo, que ha sido un mal texto, un feo cantable, y que sigan los jefes, la raza de los gerentes, la tribu de los parkinson, contando monedas de mierda, disfrutando sus medicinas y repartiéndose las guerras del mundo en la eterna canasta que juegan en el atardecer cementerial de sus paraísos fiscales, bajo la sombra gótica de la muerte. Pero ahí están, aquí también, los verdaderos insumisos, los insumisos al soborno del vivir, los objetores a la totalidad de un mundo que ha olvidado el nombre de algunas flores, el color de algunas estrellas, el perfume de algunas muchachas y el lenguaje sencillo, directo, vegetal y sánscrito de la vida real, de un cielo popular y cotidiano. Los viejos mamuts de los tristes trópicos del dinero y la fuerza aguantan en sus tronos de ferralla, ante esa juventud que dimite generosamente de una gloria pagada con dinero falso. Los grandes viejos se quedan solos y aferrados en un oscuro mundo de suicidas.

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